Relatos
Semblanza de Azuelo
El día del homenaje a Julio Zamora, el último alguacil de Azuelo, Pedro escribió una semblanza de Azuelo y prometimos que la pondríamos en nuestra página, así que aquí está para que compares sobre lo que ha sido y ahora es Azuelo, y para que reflexiones cómo será Azuelo en el futuro.
Semblanza de Azuelo
En Azuelo había un muchacho que le gustaba ir a tomar la fresca de la noche en verano al pórtico de la iglesia para ver como los ciervos volantes se daban cabezazos de ruido metálico contra la bombilla de luz tenue que alumbraba a duras penas el camino.
Aquel muchacho fue creciendo entre las aguas cristalinas de nuestros ríos y el secarral de los rastrojos. Ejerció de labrador, de leñador, de pastor de ovejas, de esquilador de mulos y ovejas a tijera, de herrero, de carpintero, de cabrero, de matarife, de cazador de perdices y conejos, de pescador de barbos y de cangrejos de ancha zarpa roja a mano y a caldero, de …En su casa nunca faltó el pan, aunque tampoco sobraba. Se casó, tuvo tres hijos, dos chicas y un chico y la educación de éstos se convirtió en una obsesión. Era más que una obligación conseguir que sus hijos tuvieran carrera. Lo consiguió con el muchacho a fuerza de dejarse el pellejo con la hoz en el verano y de sudar la gota gorda en invierno con el hacha en el monte.
Aquel muchacho independiente y vivaracho fue cumpliendo años hasta que se jubiló. Se resistió a vivir en la gran ciudad y no hay quien lo mueva del pueblo. Su partida de cartas de mus, su vaso de vino, sus cacahuetes bañados en sal gorda lo han retenido en sus ratos de descanso. Pero como está acostumbrado a trabajar se ha convertido en hortelano; no para vender sus tomates, patatas, lechugas, alubias… sino para que cuando vengan sus hijos cargados de nietos de la capital llenen los maleteros de los coches de productos frescos, ecológicos y sanos.
Aquel muchacho, este anciano es la imagen de Azuelo. El campo fue colonizado por los tractores y las cosechadoras y el pueblo se convirtió en un geriátrico. El éxodo rural de los sesenta y los setenta llevó a la gente hacia la ciudad en busca del progreso y su consecuencia fue que a partir de entonces el ver un niño en Azuelo entre semana es más difícil que encontrar una aguja en un pajar. El paisaje es desolador: calles desiertas hasta la bocina del panadero y después… nadie más, ni gallinas por la calle, ni perros a los que tirar una piedra, ni cabras que ordeñar, ni bueyes que “apiensar”. Azuelo es ahora el del bastón de paseo y los achaques cuando comienzan los fríos. El de los ancianos austeros y duros como las encinas de su monte envueltos en nostalgia y melancolía.
Y van muriendo... y Azuelo se queda despoblado hasta que llegan las fiestas de verano y se abren de par en par las puertas de las casas. Son sólo unos días, pues esos chicos que nacieron en el pueblo han pasado la mayor parte de las vacaciones en la playa rodeados de un enjambre de veraneantes y, lo que es peor, algunos reniegan de su pueblo, pero otros nos sentimos orgullosos de él y luchamos con todas nuestras fuerzas para que Azuelo no muera.
Y del campo, qué decir. Su abandono ha roto el equilibrio ecológico, imposible ya de recuperar por muchos planes que se inventen las Administraciones. Dónde están los cangrejos de ancha zarpa roja, dónde están las perdices, dónde están las mieses que inundaban nuestros campos. Ahora tenemos buenos caminos para ir a las fincas, cuando ya no hay fincas, cuando sólo hay “molinos”. Se murió el burro y la cebada hasta por el rabo. Pues miren ustedes, espero que los viejos que todavía quedan en el pueblo y los que regresamos a él disfrutaremos del monte, de la Choza, de los caminos, de las fuentes, del Monasterio, de las huertas, de las pocas perdices, de los jabalíes, de… de todo aquello que sigue siendo Azuelo y que trasmitiremos a nuestros hijos y nietos para que lo quieran como nosotros lo queremos. Aire
Pedro San Emeterio