Azuelo

Personas peculiares

Como todas las localidades, Azuelo también tiene sus personajes. Estos personajes no son ilustres, ni tan siquiera son famosos, ya que no son conocidos más allá de los pueblos vecinos, pero sí podemos afirmar que son populares y queridos por todos los azuelenses.

Aurelio

Nació Aurelio Aristimuño Acedo en Azuelo el 25 de septiembre de 1.915 en una familia de carpinteros y a lo largo de su vida tuvo varios oficios, carpintero, pastor, molinero, labrador, yesero y tejero.

Su verdadera pasión fue la copla. Cuando tenía once años comenzó a rasguear la guitarra y pocos años más tarde el acordeón de botones. Con guitarra y acordeón se lanzó a todas las fiestas de los pueblos de la merindad de Estella durante toda su vida hasta que sus brazos ya no pudieron soportar el peso de los instrumentos. Ha sido un autodidacta de la música y de la copla.

No había fiesta que él no alegrase, como relata Pedro San Emeterio en el libro que sobre este personaje ha escrito con el título: “Aurelio, el último trovero de Tierra Estella”.

Recoge este libro la vida de nuestro músico y parte de su infinito repertorio en más de ocho mil coplas como estas:

Entre Aguilar y Torralba
orgulloso se alza Azuelo,
con su sierra de Yoar
y su hermoso Monasterio

Yo soy hijo de Julito,
y soy nacido en Azuelo;
sobrino de la Justina,
también nieto de Valerio.

Cuando yo era pequeñico
mi padre era carpintero,
y mi madre por el Santo
hacía buenos “guñuelos”.

No voy a misa en Azuelo,
que hay cosas que no “pueo” ver;
por cuatro “jodías” perras
se llevaron a San José.

Para pasar bien las fiestas,
para tener buen humor,
vamos en busca de Manolo
“pa” que toque la “acordeón”.

Un pasacalles empieza
Manolo con su acordeón,
y hasta los gatos se animan
tirándosen del balcón.

Siempre que sale Manolo
con su música a cantar,
alegra calles y plazas
haciendo a todos bailar.

A la bota un gran abrazo,
y a él, alegre muchos más,
y el Ismael y el Rojillo
buenos tragos se han de echar.

Si te interesa el libro lo puedes solicitar directamente al autor. Quedan pocos ejemplares de la 1ª edición, por lo que no está a la venta en las librerías.


 

Benino

Benino fue nuestro pastor. Nació en Marañón, vivió en Torralba, pero trabajaba en Azuelo hasta que murió en 1.991. Poco amigo de curas e iglesias, pero respetuoso con ellos. Tenía un hermano fraile, como todos los navarros, y como el olor de la sotana le daba alergia, cuando el fraile llegaba de vacaciones a casa Benino no entraba en casa; dormía en el corral con las cabras y a las mujeres que le preparaban la comida se la pagaba con leche. Pasaba horas y horas en la taberna, donde llegaba a quedarse dormido mientras escuchaba las conversaciones de los demás. Cuando el vino lo ponía alegre, Benino cantaba:

- “Si en el sexto no perdona
y en el séptimo no rebaja,
ya puede Dios, nuestro Señor,
llenar el cielo de paja”.

- “A los curas hay que hacerles
lo mismo que a los cabritos,
o hay que dejarlos “pa” padres
o caparlos de chiquitos”.

Llegó en su juventud a Azuelo y trabajó de pastor de ovejas para varios vecinos hasta que se hizo cargo de la “cabrada”. La “cabrada” era un rebaño formado por las cabras que cada vecino tenía, que al oir el cuerno que él hacía sonar, se reunían en el bebedero, junto al lavadero y de allí las sacaba a pastar.

Benino se fue y con él desapareció el mejor artesano de escobas de “biercol” que todos los vecinos utilizaban para barrer en las calles las “cancurrías” de las cabras, las entradas, los cocinos, las “porcigas” y las eras en verano.

Nadie, mejor que él conocía los setales de la Peña y recogía los mejores puños de té de roca.


 

El guarda

El guarda de Azuelo fue Eleuterio, para todos Luterio. Su misión era salvaguardar las posesiones rústicas de todos los vecinos, desde la huerta, pasando por el cereal, hasta los “lencinos” del monte.

Se le consideraba “hombre de paz” y en cualquier pleito se recurría a él antes de ir al juzgado. Era un hombre para todo. A él le tocó ir a Sesma a por las cartillas de racionamiento de todo el pueblo después de la Guerra Civil en los bien llamados años del hambre. En estos años duros de la posguerra tuvo que ejercer el estraperlo con otros vecinos del pueblo para abastecer a éste de tabaco, aceite, patatas, harina…El sabía como nadie burlar a los guardias y recorrer las veredas y atajos a través del monte y la Sierra.

Con los que se las tenía que ver, casi a diario, era con los chicos y mozos, que siempre que podían se la jugaban y se jactaban de las faenas que le hacían al guarda. Al final, tras la visita a los cerezos, perales o melonares, siempre terminaban corriendo, ya que el que tenía el bastón por el mango era el guarda.

El guarda murió en 1.993 y con él también los campos y los frutales; aquellos se quedaron yecos y éstos se secaron. No hay duda de que el campo de Azuelo era más hermoso con el guarda.


 

Jesús El Pecu

Jesús “El Pecu”, conocido con este apodo por su imitación del canto del cuclillo, era un hombre de pocas luces pero de gran corazón. Querido por todo el pueblo, por niños y por mayores. De vez en cuando era centro de chanzas que él sabía sobrellevar muy bien, prestándose a ello, ya que así se consideraba más querido por sus vecinos; cuando alguno se pasaba, él se la guardaba y se la devolvía en mejor ocasión, como ocurrió con el aladro de Justo.

En un día fuerte de siega, cuando el calor casi era insoportable, Jesús “El Pecu” fue hasta el aljibe del Picón a beber agua y refrescarse; en ese trance estab cuando llegó Crucito y al verle sólo las piernas, que asomaban por la entrada del aljibe, no se le ocurrió mejor cosa que empujarle y meterlo de bruces en el aljibe. Jesús salió muy cabreado y Crucito echó a correr. Días más tarde, bajaba Crucito por el camino del monte con el aladro y en la Tejería se le cayó la punta del mismo no dándose cuenta. Coincidió que Jesús bajaba unos metros más atrás y viendo lo ocurrido cogió la pieza y la arrojó a una esparceta. Cuando Crucito llegó a la Somada se dio cuenta de la pérdida y tras ver que detrás bajaba Jesús, le preguntó si había visto la pieza. Jesús le contestó que si y que la había tirado a la esparceta en la Tejería. Se volvieron los dos a buscarla y cuando llegaron a la esparceta Crucito se adentró por el sembrado para encontrar el punzón. Ese día había llovido y el forraje estaba muy mojado. Jesús desde el camino le iba orientando a Crucito por donde podía encontrar el punzón; cuando vio que Crucito estaba como un “cristo” de agua le dijo que se iba a su casa. Crucito, sin tener éxito en su búsqueda, también se tuvo que ir a casa; allí le explicó a su padre lo que había pasado. Justo fue al encuentro de Jesús y los dos volvieron hasta la Tejería; al llegar al orillo del sembrado, Justo le preguntó a Jesús dónde estaba la punta del aladro. Jesús, agachándose, le dijo: “¡Chorra Justo! Aquí”, al mismo tiempo que se lo entregaba.


 

Paco El Carpintero

A finales del siglo XIX un vecino de Azuelo montó una carpintería-tonelería para cubrir las necesidades que en trabajos de madera necesitaban los demás vecinos.

Saturnino, que así se llamaba el hijo del carpintero de Azuelo, en el año 1.920 compró en Bargota un “malacate” y lo utilizó como fuerza motriz de la carpintería.

El “malacate” es un sistema motriz accionado por un mulo al que tapaban los ojos con unos quitapones. El mulo giraba moviendo un gran piñón de un diámetro de diámetro y cien dientes que transmite el movimiento por medio de poleas de madera y correas de cuero a una sierra de cinta, un molino triturador de grano, y una cepilladura combinada con sierra-taladro.

Heredó la carpintería un hijo de Saturnino, Francisco Aristimuño Carlos, PACO EL CARPINTERO, que además de carpintero, fue lucero, molinero, peluquero y “sastre”. Como carpintero hacía marcos, puertas, ventanas, escaleras, mangos y cualquier utensilio que se demandase, además de preparar suelas y cabrios para echar pisos y tejados en la construcción de casas y pajares. Como lucero era el encargado de encender las bombillas que alumbraban en las esquinas de las calles, muchas veces blanco de las pedradas de los mocetes y los mozos. Como molinero, haciendo uso del malacate, molía cebada para los cochos. Como peluquero esquilaba a todos los varones del pueblo, desde los niños hasta los abuelos con sus maquinillas del cero, del uno o del dos, a gusto del cliente. Como “sastre” era el que a todos los que fallecían en el pueblo, preparaba caja a su medida.

La carpintería, tanto cuando la sierra funcionaba, como al anochecer cuando se transformaba en peluquería, era centro de reunión y tertulia de los hombres que contaban verdades, menos verdades y chascarrillos que a más de uno hacían sonreír socarronamente.

Un día Paco se jubiló; sus hijos, al igual que todos los mozos del pueblo, se fueron a la capital y la carpintería se quedó sin carpintero y sin macho que moviese el malacate. La carpintería no podía desaparecer, y si en su día se llevaron al Museo Diocesano de Pamplona una estatua en alabastro del patrón de los carpinteros, San José, metido en un saco, que buenos lloros le costó a Aurea la sacristana. ¿Por qué no llevarse también la carpintería al Monasterio de Irache? Sí, allí se la llevaron, al Museo Etnológico de Navarra. Allí está esperando pacientemente a que se terminen las obras de este museo y a que sea instalada tal y como estaba en Azuelo. Allí iremos los de Azuelo y todos los navarros a ver como funciona el malacate. La única carpintería mecánica de todo Navarra cuya fuerza motríz para hacer trabajar todas las máquinas, era la fuerza del macho de Paco.

Durante la primera quincena del mes de julio de 2.004, por gentileza del Museo Etnológico de Navarra y la colaboración de la Asociación Santa Engracia vamos a poder admirar en una exposición en el Centro cívico de Azuelo, parte de las máquinas y herramientas de la carpintería de Paco en un homenaje que le vamos a hacer a nuestro carpintero.