EXCURSION AL CAMEROS VIEJO
El día 10 de julio partieron de Azuelo dos autobuses con destino a conocer el Cameros Viejo donde algunos azuelucos encontraron su media naranja como Raúl en Clavijo, José Mª en Laguna de Cameros y Teofi en Ajamil o Fernando en Luezas.
A las 9´30 h. por una escarpada carretera llegaron los expedicionarios a las puertas de Clavijo; todos a una con mesas, bidones de agua y de vino frescos, pan tierno, jamón, queso, tortillas y aceitunas invadieron la plaza del pueblo. Los “clavijeños” ante semejante invasión optaron por no dejarse ver y se refugiaron en el castillo. Terminada la batalla de la plaza, los azuelucos enardecidos por el buen comer y mejor beber se dijeron ¡A por el castillo!. Un castillo inexpugnable que gracias al infiltrado, Raúl, que los de Azuelo habían mandado por delante, lo tomaron y hasta se sentaron en la misma puerta, que éste les abrió. Raúl, desaparecido en combate, fue una de las bajas más sentidas.
Conquistado Clavijo la expedición ascendió por el cauce del río Leza. Tras superar el gran Cañón del Río Leza y jugarse el tipo por una carretera colgada sobre el abismo del Cañón, procedieron a invadir Soto de Cameros, donde dieron con todas las “bolas de soto”, el pan del horno de leña y las cervezas del Casino y algún bar. Las calles de Soto sorprendieron con coquetos y hermosos rincones a los azuelucos que respetaron jardines y macetas, aunque algunas de las azuelucas se trajeron esquejes, mas como les dijeron en Sos del Rey Católico, cuando hace años estuvieron por allí, “no les trabará”.
La mañana avanzaba y la hora de comer llegaba; partieron raudos hacia Laguna de Cameros. Era mediodía cuando los expedicionarios fueron recibidos por Monse y José Mari que haciendo de guías los llevaron a recorrer las calles del pueblo donde admiraron un pequeño lavadero, recreado con una estampa de lavanderas de las de 1.950, calles empedradas, la ermita de Santo Domingo de Silos y casas típicas de la arquitectura serrana de las que colgaban cientos y cientos de macetas que convertían al pueblo en un hermoso jardín.
Los aguerridos azuelucos tras la larga mañana de invasión de pueblo tras pueblo se sentaron a la mesa del Hotel Restaurante Cameros Viejo y dieron buena cuenta de un suculento y frugal menú a base de pochas con almejas y cajillas asadas.
Eran las cinco de la tarde, una hora muy taurina por aquello de que había tanta vaca que hasta invadían la carretera, cuando los azuelucos se dirigieron a conquistar la última población que les quedaba, Ajamil. Al llegar a Ajamil, los “ajamilicos” que ya estaban enterados de cómo se las iban gastando los de Azuelo a lo largo del día, salieron a recibirlos en son de paz con su Alcalde, Emilio Terroba, al frente acompañado por Jaime García, el presidente de la Asociación de Promoción Social y Cultural de Ajamil, y por la banda de música del pueblo, que en esta zona son gaiteros. Tras la bienvenida ofrecida por las autoridades, los anfitriones, José Luis y Teofi, animaron a los de Azuelo a ascender hasta lo más alto del pueblo, ¡Madre, que cuestas! ¡Y nos quejamos de las cuestas de Azuelo!. Ajamil, único pueblo de España que cuando llueve no se hacen charcos en las calles. Aquí empezó a fraguarse la derrota de los de Azuelo; iniciado el ascenso y cuando los expedicionarios no podían retroceder porque los ajamilicos les habían cortado la retirada colocándose en su retaguardia y no tenían otro remedio que ascender por las calles de Ajamil planas como la palma de la mano, pero mirando ésta con las puntas de los dedos hacia el cielo, se inició la batalla, que fue mucho más sangrienta, mejor dicho más aguada, que la de las montañas de Roncesvalles y de Covadonga. Mangueras, pistolas y cubos de agua se pusieron a trabajar a un ritmo desaforado accionadas por las mozas y los mozos del lugar mojando todo lo que podían y pillaban, aunque el objetivo más buscado era José Luis a quien los de Ajamil llamaban Enrique, por lo visto un doble agente que trabajaba para los dos pueblos, terminó de agua hasta las cejas y que había diseñado la encerrona para los de Azuelo haciéndoles apearse de los autobuses antes de llegar al pueblo. Firmado el armisticio con cervezas, refrescos y pastas de Teofi, que por cierto estaban co…*, los de Azuelo se tuvieron que retirar, ya cansados y satisfechos del viaje realizado a los autobuses que los trajeron hasta su pueblo.
Durante el viaje de vuelta entre anécdotas y chascarrillos del buen día pasado por Cameros Viejo, se escuchaba un clamor ¿La próxima a dónde?. Todo se andará, aunque un par de cláusulas del armisticio recogen la visita de los de Ajamil a la Choza de los Pastores de Azuelo y de los de Azuelo al Hayedo de Santiago de Ajamil. Lo que los de Ajamil, a los que les gusta mucho el agua, no saben que en Azuelo les esperan un largo bebedero y dos lavaderos en los que no sólo podrán mojarse, sino también bañarse. ¡Je,je,je!